Por: Julio Der Nasca | Publicado en Literariedad el 24 del 05 de 2015.
Elemental teatro. Director: John Viana. Actores: Ana María Trujillo, Luisa Saldarriaga y John Viana. Obra basada en los Poemas dramáticos estáticos de Fernando Pessoa.
Si todavía amas por amor no ames:
Me traicionarías conmigo. Ricardo Reis
Es muy frecuente enunciar en el primer párrafo de mis criticas el montaje de una obra, pero en este caso me temo se torne la crítica entera, puesto que si de resaltar se trata, alguna genialidad, no podemos pasar de largo un montaje tan inusual. Sin embargo, considerando que es una obra ganadora de la beca de creación, aparte del montaje, están los magníficos aforismos, ingeniosas paradojas y púgiles reflexiones de Pessoa, un poeta que habita el espacio explayando el pensamiento a sus heterónimos, a la vez diversos y contradictorios, no por ello yuxtapuestos, es preciso decir, cada uno genial desde su propuesta estética o temática, ya sea futurista o naturalista, metafísica o racionalista. El espacio dispone, pues, del agua, del fuego, de un paisaje muy orgánico que a su vez va acompañado de una estética lenta, zen, de movimientos silenciosos y movimientos delicados, rotos a su momento por la desesperación de las frases de Pessoa y por los efectos sonoros que se han elegido. El sonido siempre acompaña la obra, lo utilizan para hacer brincar al espectador, como efecto de cine Hollywood o disimule del paso de buses que se escucha tras las gradas.
El agua es a la vez espejo de los personajes y acompaña perfectamente la temática del texto: EL AMOR, palabra que se repite constantemente en esta obra-agua, obra-espejo, obra-precoz. El Agua transmite desde su sosiego la imagen de los personajes, imagen que se funde, como en el amor, agua que los recibe a todos, uniéndolos, pero que a su vez puede enturbiarse, por la imposibilidad de fruición. El dolor del amor es la imposibilidad de regresar a la figura primigenia y mítica de los hermafroditas, el dolor en esta obra polívoca, comienza con la imposibilidad de unirse, en la primera escena dos de los cuerpos están unidos en el agua, porque el agua a diferencia del aire une, visual, materialmente. Luego se desligan, se levantan, llega la luz y con ella reconocen ahora en el agua, no unión sino la separación visual, logran ver lo que realmente son: humanos y no quimera. En esta segunda parte, la obra va a llevar un ritmo diferente, porque va a reconocer y a nombrar, adoleciéndose de las imposibilidades que el lenguaje permite, esto se hace evidente en la reflexión sobre el fondo de un pozo sin fondo, el anverso del reverso de una moneda en el cual ambos se funden, para que esto suceda es necesario que el agua sea ahora espejo, recordando el mito de Narciso, la imposibilidad de amar sin borrarse, sometiendo y sometiéndose, por lo tanto imposible amar, puesto que subyace una paradoja, hay que borrarse sin borrarse, quizá cuando se cierran los ojos (como Edipo), o cuando no llega la luz que convierte al agua en espejo… a su vez es imposible someterse sin someter, amar como una madre que ama a su hijo antes de nacer, sin exigirle y un hijo amar a su madre domesticado (sin reconocerse como dispar).
Este corto pessoano, puede llegar a un espectador que acostumbre las dificultades, geniales, de la prosa del portugués, que también esté habituado al simbolismo en un teatro que ni representativo, ni absurdo, ni cruel, ni cómico, ni pedagógico, pero de un drama punzante. Un drama que lastimosamente (¿hermosamente?) concluye con puntos seguidos…
Julio Der Nasca (16/5/2015).