De la muerte sin exagerar o un cielo bajo tierra

POR RAMIRO TEJADA ACTOR, CRÍTICO E INVESTIGADOR TEATRAL | PUBLICADO EL 28 DE MARZO DE 2014 EN EL COLOMBIANO

Un olor a tierra húmeda se percibe. La oscuridad agobia. La tenue luz empieza a develar el misterio de la escena. Teatro de los elementos esta propuesta de Elemental Teatro. Como si de una catacumba se tratara, unas columnas de antiguas piedras insinúan la concavidad, allí la voz como un eco reverbera. La música contribuye con su largo lamento a crear la atmósfera de ritualidad a la que asistimos. Una mise”n scene, para despertar sentidos y sentimientos. Escenario y plástica de Paulina Escobar. Tres montículos con velas y cirios encendidos dan la idea de camposanto: la “nueva tierra prometida de los desarraigados”, hacia donde viaja esta multitud de seres errantes. Tres mujeres, solas con sus dramas solos, son ya una multitud de clamores y reclamos.

En su deambular en busca de sus amados seres que les fueron arrancados, tres mujeres sin nombre -interpretadas por Ana María Trujillo, Vanessa Hincapié y Beatriz Prada-, desandan los pasillos de la desmemoria, rendijas del recuerdo. Somos testigos mudos de su dolor sin tiempo. Ellas, ateridas a su vívido presente de holocausto y muerte, no tienen otra manera de comunión que ser partícipes de su sino trágico y común. Frágiles pero valientes, es el dolor su fortaleza. No son mujeres abnegadas porque aún mantienen ese hálito vital de quien se sabe dueño de su destino. Inclaudicables ante la adversidad, dan cuenta del rio del tiempo que es ahora tumba flotante de “los escogidos”.

En este cielo bajo tierra hay, sin embargo, lugar para la esperanza; lux in tenebris. Un retrato colgado al cuello es llevado como lápida ambulante de los insepultos de todas las violencias. Un ser (Steven Mejía) desanda la cartografía del dolor, cual fantasma -como aquellos que pueblan la Comala de Rulfo-, que aún no encuentra sosiego ni reposo. Ese rescoldo de esperanza, como un viaje circular sin punto de retorno, lo matiza la voz grave del chelo, en bajo continuo dialoga con las lamentaciones. Las lavativas que hacen estas mujeres -como en la tragedia griega- dan acogida a los cadáveres rescatados de las arenas movedizas del olvido: un epitafio ante el sarcófago vacío, el coro como plegaria desatendida por un dios ausente, negado a su dolor.

Viacrucis del destierro y del desamparo. De la muerte sin exagerar pergeña un fresco del dolor, un cuadro de este tiempo de moscas que nos tocó en suerte. Y es también un canto contra el decreto de silencio y olvido que nos mandan los heraldos negros de barbaros Atilas, los legendarios alcabaleros de la muerte y el despojo. Poética del espacio que entre penumbra y claroscuro se abre como un pequeño milagro de la creación humana contra la barbarie. Es certero en dirección y dramaturgia maese John Viana. La Poesía -con mayúscula- de Wislowa Szymborska, ha sido el detonante para esta puesta en escena. Contra los elementos del desastre que se anuncia, su Voz -mayestática- se alza potente para cantar la Vida. Después de cada guerra/alguien tiene que limpiar. / No se van a ordenar solas las cosas, / digo yo. // Alguien debe echar los escombros a la cuneta/para que puedan pasar/los carros llenos de cadáveres. // Alguien debe meterse/entre el barro, las cenizas.

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